Piensa un momento qué personas cercanas han cumplido años en estos días de confinamiento, seguro que te viene a la cabeza alguien. Habrá tantos tipos de cumpleaños en confinamiento como personas que cumplen años, ya sabemos que cada persona reacciona a las circunstancias según un patrón de respuestas adquirido sobre todo en la infancia y desarrollado en su vida adulta.
Pero seguramente podamos inferir algunas características comunes que el confinamiento pudiera a añadir al cumpleaños de cualquier persona. Por ejemplo la imposibilidad de reunirse físicamente con los seres queridos o amistades y compañeros, o la preocupación generalizada acerca de la economía familiar de cada uno, o el temor a enfermar y la tristeza por algún familiar perdido.
Hay muchas posibles situaciones que se pueden dar en los cumpleaños confinados, los habrá solitarios, deseados, tristes, alegres, ruidosos o silenciosos, la mayoría sufrirán por la distancia física de la familia y los seres queridos, incluso para las personas que no celebran normalmente este año no es un acto voluntario, es obligado estar solo, no es una elección.
Pero si hay un protagonista esencial en estos cumpleaños confinados al que nadie había invitado directamente, se trata de la comunicación digital, la videoconferencia, las pantallas omnipresentes. Antes de que este virus nos cambiara la vida de forma radical, las pantallas ya estaban presentes de una forma masiva en nuestra sociedad, su uso era muy generalizado pero tenía también un batallón de detractores que de alguna manera le ponían límite a la invasión digital.
Ahora la imposibilidad de contacto físico ha hecho de las nuevas tecnologías de comunicación un elemento imprescindible para relacionarse, sus detractores se ven obligados a sucumbir a ellas para sobrevivir y dejan de ser un dique de contención contra la invasión.
Las pantallas han triunfado, ya nada ni nadie puede ponerles freno, y los cumpleaños son un ejemplo muy visible de ello.
Nadie se cuestiona su uso con el confinamiento y mucho menos en el cumpleaños de la abuela, por poner un ejemplo. El abuelo que renegaba contra los teléfonos móviles ahora se ha vuelto un campeón de llamadas con imagen a sus nietos. El abuelo, junto con sus hijas y nieta, ha organizado la realización de un vídeo con grabaciones de más de 25 personas entre familias y amistades para el cumpleaños de la abuela.
Cumpleaños de la abuela
El 8 de mayo fue el cumpleaños de la abuela (Lalá le llama su nieta) y no es un cumpleaños cualquiera, cumplió 60.
Preocupados porque semejante evento emocional no pudiera celebrarse como se merece, las hijas, la nieta y el abuelo pusieron en marcha la maquinaria digital para luchar contra la tristeza del confinado cumpleaños. Unos se encargaron de recopilar vídeos de felicitación de amigos o familia y otros de hacer un montaje con el material recopilado.
El trabajo comienza con algunos vídeos de los más allegados, estos pasan la voz a otros no tan allegados y poco a poco se va acumulando un material digno de una súper productora. Entre todos componen un vídeo conjunto que a la abuelita le transporta a una nube de sentimientos de afecto en una especie de embriaguez emocional nunca antes vivido.
“Es lo que tiene el confinamiento también” piensa el abuelo asombrado por estas escenas familiares de re encuentro que solo las nuevas tecnologías han hecho posible, y al mismo tiempo se acuerda del teléfono fijo antiguo que él usó durante tantos años y que era el único aparato para comunicarse que tuvieron en su época, “con ese aparato en este confinamiento no hubiera sido lo mismo”.
Tenemos la impresión de que esta crisis mundial del coronavirus nos está haciendo ver las cosas con algún matiz más transcendental, reflexionamos sobre la importancia de la compañía, de la familia, los amigos, sobre nuestras costumbres materialistas y consumistas, sobre la saturación del aire en las ciudades, el ruido, la unión de la gente, la solidaridad, los trabajos esenciales como los sanitarios, los trabajadores de la limpieza o los fruteros, nos dimos cuenta de que los vecinos existen y los miramos desde el balcón.
Sí, la estupidez humana sigue ahí, y volverá a imperar, pero tal vez algo de esta reflexión humanizadora quede entre nosotros.